Una vez establecido el armazón narrativo en la introducción, la autora pone blanco sobre negro el cuento que Lisarda relata en voz alta al auditorio, no sin antes recomendar a las mujeres un tipo de comportamiento. Les aconseja que si no quieren ser desdichadas, dejen de entregarse a los deseos desenfrenados de la carne porque se anegarán en ellos, junto a los claros y heroicos entendimientos de los varones, a menudo engañosos. Que estén alerta, que no se fíen de los hombres, a menudo de lealtad dudosa, un misterio arcaico difícil de desentrañar. Moralista e hija de su tiempo, declara sus intenciones desde la línea de salida, no vaya a ser que aparezca la censura, por entonces en forma de Santa Inquisición.