De las cinco historias de este volumen, «La laguna» la última en orden, es la más temprana en fecha. Se trata del primer cuento que escribí en mi carrera -creado en la misma disposición anímica que produjo La locura de Almayer-, y sella, valga la expresión, el final de mi primera etapa: la etapa malaya. «Una avanzadilla del progreso» es la parte más liviana del botín que me traje conmigo del África Central, botín cuya porción principal es desde luego El corazón de las tinieblas. En cuanto a la historia en sí misma, es esencialmente verdadera. La sostenida invención de una mentira realmente lograda exige unas facultades de las que carezco. La sugerencia para escribir «Los idiotas» no fue de índole mental sino visual: los idiotas en persona. «Karain: un recuerdo» no supuso un retorno al Archipiélago (malayo): me había limitado a volver la cabeza para lanzarle una postrera mirada. Reconozco que ante aquella visión lejana quedé absorto. «El regreso» pese a todo su despliegue analítico, consiste primordialmente en impresiones físicas -impresiones visuales y sonoras, una estación de ferrocarril metropolitano, calles, el trote de un caballo, reflejos en espejos, etc.-, combinadas con una descripción sublimada de una envidiable residencia urbana de clase alta que, extrañamente, logra infundir una siniestra sensación.
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