Faraón era el título dado al rey en el Antiguo Egipto. Para los antiguos egipcios, el primer faraón fue Narmer, denominado Menes por Manetón, quien gobernó hacia el año 3150 a. C. El último faraón fue Cleopatra, de ascendencia helénica, que reinó del año 51 al 30 a. C. La sucesión de faraones y la historia del propio Egipto vienen indisolublemente unidas y son tan complementarias entre sí que es imposible desconocer una de ellas y ser experto en la otra. Tanto es así, que incluso en los periodos más críticos, cuando la anarquía reinaba en muchas zonas del país, siempre había, al menos, un faraón que afirmaba ser el legítimo gobernante de la caótica nación en su extensa totalidad. El sacerdote egipcio Manetón, que vivió en la época de los primeros reyes Ptolomeos (hacia el año 300 a. C.) recibió la orden real de redactar una historia de Egipto. Y, dado que actualmente se conocen los nombres de más de trescientos monarcas, es lógico que Manetón los agrupase en linajes o dinastías, denominación que los historiadores siguen utilizando como válida. Aunque es una gran desgracia para la historiografía que la obra de Manetón se haya perdido, afortunadamente quedan algunos fragmentos comentados por autores muy posteriores a él, que nos han permitido delimitar las treinta dinastías en las que Manetón dividió la historia de su longevo país. Desde Menes, 3100 a. C., hasta el año 2600 a. C., la monarquía pasó por momentos de debilidad y seguía siendo cuestionada por la nobleza local. Así, no es de extrañar que en la dinastía II los reyes perdieran notablemente el poder y tuvieran que hacer frente a peligrosas revueltas que pusieron en peligro la estabilidad del país.