En “Un viaje al centro de la tierra” (1884), Julio Verne (1828 – 1905) nos dejó uno de los mejores ejemplos de su imaginación fantástica y científica a la vez.
Más allá de la imposibilidad de la teoría del Profesor Lidenbrock (el audaz protagonista de la increíble aventura) sobre la inexistencia de calor en el núcleo terrestre, su descenso a las profundidades del planeta le permitirá a Julio Verne poner en evidencia sus profundos conocimientos sobre la mineralogía, la geología y la antropología de su época.
Y así, partiendo del hallazgo de un misterioso papiro del S. XVI en el que un famoso alquimista afirma haber viajado al centro de la tierra, y apoyado en su conocimiento de la ciencia del S. XIX, nuestro autor desplegará su imaginación prodigiosa: descenderemos con él, su sobrino Axel y Hans (el enigmático cazador islandés), hacia un mundo fantástico poblado de fósiles antediluvianos, bosques con extrañas faunas y floras, y hasta la existencia de un enorme mar subterráneo. Y una vez más, como es habitual en él, nos anticipará invenciones del siglo XX, además de dejarnos una curiosa advertencia cuando nos dice, al referirse a los enormes depósitos de hulla bajo la corteza terrestre que, si en los “dos o tres siglos venideros” no se logra evitar su extracción, el hombre se enfrentará a graves problemas...