Isabella Corrales sabía que no debía enamorarse de su cliente. Ross Ketchum era un hombre arrogante y orgulloso, pero cuando sonreía se le formaban unos hoyuelos en las mejillas que resultaban muy atractivos. No, no iba a enamorarse de él... aunque tuviera que vivir bajo el mismo techo que él para llevar a cabo la investigación. Ross sabía que no había intentado matar a su cuñado, pero pocos más creían en él. Isabella era su única esperanza. El problema era que cuanto más tiempo pasaba con la dulce abogada, más difícil le resultaba la idea de pasar el resto de su vida sin ella.