Montfort ensancha sus perspectivas y las de todos los discípulos de Jesús para interpretar y superar la crisis religiosa de su tiempo y de tiempos nuevos y complejos como el comienzo del Tercer Milenio. En una gran apertura y seguridad de espíritu, el santo misionero afina su visión del misterio cristiano y acepta las nuevas exigencias teológicas que enmarcan la humildad y los privilegios de María en la grandeza absoluta de Dios y en la única mediación de Cristo que ilumina la verdadera devoción mariana y condena las falsas devociones.