El Evangelio en DEUTERONOMIO

Felipe chavarro
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"El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de entre tus propios hermanos. Debes escucharlo". Deut. 18:15

Toda la plenitud habita en Cristo. Lector, ven a reflexionar-elogiar-admirar-adorarle. Aquellos que lo conocen, nunca podrán elogiarlo lo suficiente. Sólo la ignorancia lo descuida, lo desprecia, lo menosprecia.

El más necesitado de los pecadores necesitados encuentra todo el suministro en Él. Él es el pozo desbordante de la salvación. Él llena todos los recipientes, de manera que no pueden contener más. Él es un tesoro en el que nunca falta el oro.

Deja que se toque la superficie de esta verdad. Tú estás sucio por el pecado. Aquí hay una fuente de sangre que todo lo limpia. Lávate y sé más blanco que la nieve inmaculada. Satanás, y el YO, y las ofensas de toda la vida te condenan. Aquí está el costado herido de Jesús, presentando un alegato absolutorio. Tu mejor obediencia es un trapo sucio. Aquí está la justicia de Dios-una cobertura perfecta-un manto glorioso. Tu corazón por naturaleza es una piedra sin vida. Cristo envía Su Espíritu, y la entrada es vida. Él es un SACERDOTE, que ofrece Su sangre, que vive para interceder, que derrama bendiciones. Él es un REY, gobernando por encima-dentro-de-alrededor. Es un PROFETA, que da todo el conocimiento, que guía por los caminos de la sabiduría, que difunde torrentes de luz, que enseña las lecciones de la salvación.

Es este último oficio el que requiere ahora una reflexión especial. Acerquémonos a él preguntando cuál debe ser el estado del hombre, a menos que los rayos provengan del cielo.

Cuando el pecado invadió la tierra, el conocimiento de Dios fue asesinado. Esa hermosa planta fue arruinada hasta la raíz. Esa hermosa columna se convirtió en una ruina destrozada. La mente perdió el poder de volar. Sus alas fueron cortadas. El ojo se oscureció para perforar los cielos. El deseo y la habilidad para encontrar a Dios se extinguieron por completo. El intelecto del hombre, que se arrastra en el polvo, nunca pudo escalar esta altura. Aquí la astucia mental se baboseaba, como un tonto. Testigo de los tontos fracasos de los esfuerzos más jactanciosos de la filosofía.

A menos, pues, que se hubiera dado alguna revelación, Dios y su esencia debían estar envueltos en una noche impenetrable. El hombre no podría desenterrar tal joya de su propia cantera. No podía encontrarla en sus propias cámaras vacías. A lo largo de una breve carrera de ceguera debe haber descendido a esa profunda casa-prisión, donde las tinieblas siempre oscurecen, y Dios nunca es visto. El mundo, por su sabiduría, no conoce a Dios.


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