“Aquí vienen. Justo a tiempo.”
Levanté la vista de donde limpiaba la encimera para ver a Ethel, la camarera mayor mirando algo por la ventana. Negué con la cabeza
“Ellos siempre vienen aquí, Ethel. Y te enojas todo el tiempo hasta que te dan propina”
Ethel resopló, metiendo la toalla en la pretina de su delantal.
“Bueno, ¿quién sabía que los matones podrían tener modales suficientes para dar propina?”
Me reí. A pesar de todas sus fanfarronadas, a Ethel no le importaban los motociclistas que frecuentaban la parada de camiones donde trabajábamos de camareras. A diferencia de ella, no era solo algo que hacer para matar el tiempo. Ella no tenía que trabajar. Ella y su esposo Earl eran dueños del lugar. Había estado abierto de lo que parecía desde siempre. Recordé venir aquí cuando era una niña con mi papá.
No, Ethel podría trabajar o no. Era su elección. No tuve tanta suerte. Tenía que trabajar. Tenía una boca que alimentar. Me gustaba trabajar aquí. Earl era un buen jefe, justo y decente. Me pagaba bastante bien para ser una camarera. Y mis consejos eran míos. Las horas tampoco estaban mal. Él entendió que necesitaba estar disponible para mi hija.