Al principio yo no sabía que Victoria era la bella heredera con la que debía casarme, sin embargo, ahora que lo sé, estoy dispuesto a demostrarle que soy más inteligente que ella, y que en este ático soy yo el que manda.
El problema es que aunque ponga todo de mi parte para no volver a ceder, a cierta parte de mi cuerpo aún le gusta anular al cerebro que transporto en la cabeza.
Odio que mi bragueta se agite cuando Victoria se inclina para recoger algo, y odio además que ella piense que su cuerpo aún tiene algún poder sobre mí, así que si cree que la dejaré dirigir esta sala de juntas porque alguna vez tuvimos algo, muy pronto le demostraré que está muy equivocada.
Bien, ahora es tiempo de ratificar todo lo astuto, despiadado y calculador que puedo ser dentro de este matrimonio de conveniencia, en el que la codicia y el poder tienen sus propias reglas; sólo me resta demostrar que soy el estratega que nadie espera, y que mis tácticas son las mejores para ganar esta guerra.