Es, sobre todo, a la hora de abordar una nueva publicación de los escritos póstumos de Kafka cuando la edición crítica de la editorial alemana S. Fischer se vuelve imprescindible.
Muchos de ellos se habían publicado bajo títulos sugeridos por los editores, en algunos casos con el propio Max Brod, pero no eran ediciones «canónicas» stricto sensu, puesto que la mayoría de estos textos no son más que apuntes para futuras obras, escritos por Kafka en sus cuadernos.
Jorge Luis Borges ha dicho:
«Yo he escrito también algunos cuentos en los cuales traté ambiciosa e inútilmente de ser Kafka.»
Franz Kafka nació en 1883 en Praga, en el seno de una familia judía de habla alemana. En 1903 se licenció en Derecho, y a partir de 1908 trabajó en el Instituto de Seguros para Accidentes de Trabajo, un empleo que lo obligaría a realizar numerosos viajes a través del viejo imperio austrohúngaro, por entonces en pleno proceso de desmoronamiento. Formó parte de los círculos literarios e intelectuales de su ciudad, pero en vida apenas llegó a publicar algunos de sus escritos, la mayor parte en revistas. En 1922 obtuvo la jubilación anticipada por causa de la tuberculosis, enfermedad que empezó a padecer en 1917 y que le ocasionaría la muerte, ocurrida en 1924 en el sanatorio de Kierling, en las cercanías de Viena.
El grueso de la obra de Kafka, entre la que se cuentan tres novelas, varias decenas de narraciones, un extenso diario, numerosos borradores y aforismos y una copiosa correspondencia, se publicó póstumamente por iniciativa de su amigo y albacea Max Brod, quien desobedeció el deseo expresado por Kafka de que se destruyeran todos sus textos. Desde entonces, la importancia de Kafka y su condición de clásico indiscutible no han hecho más que incrementarse, hasta el extremo de ser unánimemente considerado -por decirlo con palabras de Elias Canetti- como el escritor que más puramente ha expresado el siglo XX, y al que hay que considerar por lo tanto como «su manifestación más esencial».