Cuando tenía cinco años, Pavel Goia sabía que Dios lo había llamado a hablar por él. Sin embargo, cuando llegó a la adolescencia, el divertirse con sus amigos fue mucho más importante que la religión de su familia. Y la Rumania comunista no era, precisamente, amigable con los cristianos. Sin embargo, Dios obtuvo su atención una noche desdichada, y su vida experimentó el proverbial giro de 180 grados. Pavel hizo un pacto con Dios, y su dedicación a ese pacto fue probada casi de inmediato. Pero se mantuvo fiel, y se sucedieron milagro tras milagro en favor de este joven que confió cada aspecto de su vida completamente a Dios. ¿Los resultados de esta lealtad inquebrantable a Dios? Mil ochocientos kilos de vidrios suspendidos en el aire en un contenedor sin base; una ley aprobada por el presidente Ceauescu, que obligó a una universidad a permitir que Pavel continuara su educación; un cargamento de Biblias contrabandeadas por la policía sin saberlo; y un muchacho muerto devuelto a la vida, solo para nombrar algunos. ¡Oh, sí! Los milagros todavía suceden, uno tras otro.