Aunque Fuller era un apologista destacado, también era excelente expositor de las Escrituras, e incluso escribió unas memorias biográficas de su amigo Samuel Pearce de Bermingham, quien murió en 1799 a los treinta y tres años. La extraordinaria pasión que Pearce sentía por Cristo (que hizo que sus contemporáneos le dieran el sobrenombre de Pearce, el seráfico) y su celo por las misiones tuvieron un profundo impacto sobre su generación a través del libro de Fuller, casi tanto como los tratados misioneros de Fuller. En 1805, un escritor londinense, habiendo leído las escritas de Fuller, exclamó: "¡Ojalá tuviera yo una doble porción de su espíritu; ojalá pudiera ser tan útil, tan celoso, tan activo, tan diligente, tan piadoso, tan afectivo, tan digno de imitar, tan apto para la gloria como él!" Que ésta sea la reacción del lector con respecto a este libro sobre Fuller. Que no sólo informe la mente, sino que también encienda el corazón.