Bastaba con ver al guapo y sofisticado Benedict Warrender para que Lily Gray, que siempre se había considerado la más fea del baile, se ruborizase. Pero el destino había hecho que coincidiese con él y, desde entonces, lo que hacía que le ardiesen las mejillas eran los recuerdos de la noche que habían pasado juntos. Una noche que le había cambiado la vida.
Lily se había marchado sin hacer ruido al enterarse de que Benedict estaba comprometido con otra mujer, y había lidiado con las consecuencias de aquella noche ella sola. Tres años más tarde, Benedict había descubierto su secreto. Y Lily había esperado, nerviosa, preguntándose si Benedict estaría dispuesto a sacrificarlo todo por el bien de su hija.