En Ensayo sobre el gusto en las cosas de la naturaleza y el arte —publicado póstumamente en el volumen VII de la Encyclopédie (1777) y ampliado con fragmentos añadidos en la edición de las Œuvres complètes de 1816—, Montesquieu sostiene que las fuentes de lo bello, de lo bueno y de lo agradable están en nosotros mismos, e investigarlas es investigar las causas de los placeres de nuestra alma. El placer, la exigencia de armonía y simetría no emanan directamente de la razón, preocupada siempre por introducir su orden en todo. Será pues la mirada la que amplíe el horizonte para contemplar un reino donde nada está oculto, y serán los diferentes placeres de nuestra alma los que formen los objetos del gusto. El alma ama la variedad, pero no basta con mostrarle multitud de cosas; hay que presentárselas en orden, ya que gusta de la simetría, de los contrastes y de la sorpresa. Las personas delicadas son, pues, aquellas que asocian a cada idea o gusto muchas otras ideas o gustos complementarios.