Claudia intentaba no deprimirse pensando en las cosas buenas que pudieran aportarle los treinta, mientras se acomodaba en el avión, dispuesta a emprender un largo viaje para celebrar su cumpleaños. Y su compañero de asiento, David Stirling, desde luego no era la mejor compañía. Pero tenían que hacer el viaje juntos, les gustara o no. Peor todavía, en las dos semanas siguientes tendrían que fingir ser marido y mujer. La situación no era la ideal, pero tenían algo en común: él iba a cumplir años también, cuarenta, y tampoco estaba tan mal físicamente...