Casi todas las historias que incluyen un mapa, un tesoro, una isla, piratas y marineros que la cultura popular –en particular el cine– del siglo XX propuso a los niños, proceden de esta isla y de este libro de Stevenson. Pero no solo eso, también lo más importante: la incertidumbre y el riesgo de la trama y la aventura. Porque así como sin Stevenson no habría Indiana Jones, ni Capitán Jack Sparrow, tampoco habría Borges o Chatwin.
Hoy, sin embargo, La isla del tesoro es menos leída que citada (y en esto comparte la suerte de buena parte de los libros que llamamos clásicos, que esta colección busca reencontrar para los lectores del siglo XXI). Algo de eso atrapa y subraya en el prólogo María Teresa Andruetto, quien, como Stevenson, ha escrito menos para los lectores jóvenes que para cualquier lector auténtico que disponga de aquel espíritu y aquella curiosidad. Porque eso es a fin de cuentas La isla del tesoro: un lugar donde siempre seremos jóvenes, es decir, donde siempre apostaremos la vida menos por dinero que por emoción, coraje y deseo.