El delicado límite entre la vida y la ficción es una mentira. No hay
nada de delicado ahí, y contra ese lugar común se abalanza Roberto
Pettinato en «La isla flotante», su debut en un tipo de relato hecho de
diapositivas destrozadas pero curiosamente nítidas, viñetas de varios
sabores y olores, lecturas, recuerdos, ajustes de cuentas con el pasado
y con las palabras. Cuenta Pettinato, como quien hace memoria porque no
tiene más remedio, una historia de amor correspondido pocas veces, que
es la de Clara y Don Roberto, su Hombre, ese que la hizo suspirar y
odiar a lo largo de toda una vida, ese al que defendió como si de una
Evita Ninja se tratara pero al que hubiese asesinado con sus propias
manos y de un golpe certero en el corazón. En estas páginas Pettinato
intima con nosotros, sus lectores, nos ofrece sus reliquias, busca los
orígenes del recuerdo y sus secuelas, desempolva una conciencia plena de
detalles y espacios oscuros, que de principio a fin nos conmueve y
asombra.
Primero lo primero: Roberto Pettinato estuvo allí, justo allí. Estuvo en Sumo. Antes ya era uno de los periodistas de rock más afilados de la Argentina, luego se convirtió (y hoy sigue siendo) una celebrity fuera de toda norma: un hombre de los medios sofisticado, masivo, ácido. Supo brillar, en épocas opacas, desde las páginas de la revista Expreso imaginario; más tarde se embarcó en una larga carrera que hoy lo tiene en radio (El show de la noticia, líder en las mañanas de FM 100), televisión (Un mundo perfecto, por América) y gráfica (como director de la revista de rock La Mano). Fue su escala en Sumo, sin embargo, la que lo marcó de un modo que las páginas de este libro certifican párrafo a párrafo.