Sutil e imprevisible, hay que llegar hasta el final para calibrar el alcance de la crítica, cuya acidez desnuda al hombre fatuo, aparentemente satisfecho.
En esta última novela de Arlt, más que en ninguna otra, se manifiestan las debilidades y los rencores que apremiaron a este «François Villon de quilombo», como lo definió Cortázar, y destellan esas «imágenes inapelables y delatoras» que nos ponen frente a nosotros mismos y nuestras vergonzosas flaquezas.