No hubo pueblo ni frontera a la que estos guerreros no llegasen, desde la lluviosa Inglaterra hasta las impresionantes urbes bizantinas, pasando por la Iberia almorávide o la Italia fracturada del medievo. Cualquiera que fuese su destino, los normandos hacían sentir su presencia, derrocando dinastías, conquistando tierras y ciudades, trazando el rumbo del catolicismo o desafiando a los grandes imperios de la época. De paganos a cristianos, de piratas y vándalos a príncipes y reyes, la ascendencia meteórica de los normandos no solo muestra su capacidad camaleónica como pueblo, sino ejemplifica la turbulenta y sinuosa historia medieval, donde la traición, la guerra, la intriga y la diplomacia eran moneda de cambio en cada pueblo con los que trataban.