Conocí a Enriqueta, por mal nombre «la Vistosa», cuando estaba en relaciones con mi amigo Perico, hombre tan celoso que se le antojaban los dedos huéspedes, lo cual unido a ser la muchacha demasiado comunicativa me hizo tratarla con exquisita precaución, deseoso de que por ningún pretexto se me pudiese acusar de un delito que yo era incapaz de cometer.