Sarah vagó de cama en cama, mirando a los pocos pacientes en la Clínica Hedley. Era un contraste tan bienvenido de cuando llegó y estableció el improvisado hospital frente a Río Negro. El área de tratamiento estaba a rebosar de pacientes desde el primer día, todos con una necesidad desesperada de atención. La malaria, la fiebre amarilla, el cólera, la fiebre tifoidea y la diabetes no controlada habían corrido de forma desenfrenada en toda el área. Pero gracias a los medicamentos antipalúdicos, las vacunas, los antibióticos y las soluciones de rehidratación, el número de pacientes había disminuido drásticamente. La mayoría de los días trajo pacientes con infecciones en el oído, presión arterial alta, ataques de asma e incluso el chequeo prenatal ocasional. Aún así, hubo un flujo relativamente regular de pacientes de emergencia que sufrieron lesiones por accidentes agrícolas e incluso mordeduras de cocodrilo. Los enormes caimanes negros eran en especial problemáticos, sobre todo durante las estaciones húmedas cuando se aventuraron a las sabanas inundadas de la cuenca del Amazonas.
Aunque había mucho más que desearía poder hacer, nunca pasó un día en que no sintiera que...